FERNANDO NAVARRO GARCÍA
12/5/2017 – 08:55
Comte-Sponville, el filósofo francés, sitúa a la urbanidad y cortesía al principio de su maravilloso libro Pequeño tratado de las grandes virtudes. Su justificación es muy simple: si la ética es el aprendizaje para hacer el bien mediante la repetición (hábito, costumbre) de acciones virtuosas (buenas), la cortesía -aunque solo sea apariencia y formalismo- es lo primero que debe aprender el niño desde muy pequeño para ir con los años «forjando un carácter» o una ética (que es lo mismo).
El niño al principio no entenderá por qué razón debe ceder su cómodo asiento en el metro a esa persona mayor, pero a costa de ir haciéndolo a regañadientes durante toda su infancia, cuando alcance la adolescencia lo hará de forma automática y sera entonces cuando ya pueda entender las verdaderas razones morales de aquella rutina, de aquel hábito: los ancianos son mas frágiles, mas débiles y vulnerables, han invertido su vida para ofrecernos el mundo que disfrutamos y merecen nuestra gratitud y ayuda. Por esta razón la «cortesía», aunque solo sea una apariencia de ética, es esencial pues prepara a nuestros niños para ser mañana hombres virtuosos; quizás no santos pero si mejores personas.
Creo que haber acabado con los libros de urbanidad (considerados intrínsecamente «carcas») ha sido un error gravísimo que a la larga ha ido degenerando las buenas costumbres heredadas de nuestros antepasados (las malas -que también las tenían- hay que erradicarlas) y abocando a nuestra sociedad a una suerte de lento suicidio moral. Por eso hoy estamos tan des-moralizados.
El proceso no es irreversible (en nuestra naturaleza moral nada lo es) pero hoy vemos sus horribles frutos en programas televisivos como Gandía Beach o Gran Hermano que no solo atentan contra la ética sino también contra la estética.
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